Cuenca,
20 de julio 2013
Que el
tiempo pase volando suele ser señal de que se está disfrutando, de que todo va
bien. Y estos dos años que han pasado desde que naciste, lo corroboran. Algunos detalles de todas las
vivencias se van desdibujando, pero otros, los más importantes, los tengo grabados
en la memoria, muchos de ellos también
en la piel, en el olfato…
Como te
hemos contado decenas de veces, la abuela Sagrario me ayudó a traerte al mundo,
e hizo de tu nacimiento un momento súper especial. Aquél 20 de julio de 2011, a las 16.15 h, me
cambiaste la vida por completo. Ninguna sensación vivida hasta entonces fue
comparable con verte por primera vez. Por mucho que hubiésemos imaginado cómo
sería todo a partir de entonces, nada parecido al día a día contigo.
Pasado el tiempo, me doy cuenta de que el
embarazo, y mira que es un período muy largo, apenas sirve para mentalizarse de
lo que significará ser madre. Por supuesto, soy de la opinión de que se es
madre desde el momento en que, solidaria y altruistamente, una mujer presta su
cuerpo a albergar la vida de otro ser humano, y pelea por él desde el minuto 0
de embarazo por que salga adelante…No sé si expresaré con esta frase lo que
quiero decir: para mí el embarazo- sin infravalorarlo, que para mí es un estado
ideal, ser 2 en 1- es sólo un sucedáneo de la maternidad, que se empieza a
ejercer al 100% sólo desde el nacimiento (por no hablar de la paternidad).
Pero
volvamos a ti... Naciste, haciendo gala de tu apellido materno, rollizo y
rechonchete, un bebé de aspecto sano y lozano. Siempre recordamos una anécdota
sobre el tamaño de tus manos: cuando, recién nacido, en el paritorio, la abuela
te puso sobre mi tripa, extendiste aquéllas manazas enormes, y ¡nos quedamos
asustados!, parecían las de un niño de 2 o 3 años. Sin embargo, y aunque a mí
tu tamaño también me sorprendió y me
hizo sentir una “super woman” por haberte parido sin cesárea, siendo el primero
y tan grande, la sensación que más grabada se me quedó fue la de la calidez de un líquido
mojándome tripa y bajando ¡por mis piernas nada más tenerte sobre mí: te
sentiste tan a gusto, que ¡te hiciste pis1. Ese calorcillo fue para mí tu primer
abrazo, la sensación de tu vida recién estrenada, y unida para siempre a la
mía.
La
primera noche en el hospital berreaste tanto que no sé si dormiríamos 1 o 2
horas en total…Tenías un hambre voraz, y con el calostrillo no era bastante(
acostumbrado al surtidor del cordón umbilical, por el que te caía sin esfuerzo
la comidita). Papá y yo, por miedo a quedar como auténticos pardillos o
molestar, aguantamos como pudimos varias horas, hasta que ya sobre las 7 de la
mañana, empezamos a preocuparnos, y nos decidimos a pulsar el timbre para
llamar a las enfermeras. Te dieron un biberón de leche y fue mano de Santo: te relajaste y
al ratillo dormías como un ceporrete…Y nosotros pudimos descansar un poquito. Pasados
unos días, las enfermeras de la planta le confesaron a la abu que te habían
oído desde la otra punta del pasillo y se habían compadecido de nosotros,
padres primerizos.
De tus primeros
días guardo un recuerdo bastante estresante: después del parto me quedé muy
floja porque tuve anemia, y andaba un
poco “flotando en una nube”, medio mareada todo el día y sin fuerzas.
Saliste
del hospital en la sillita del coche. Conforme te sentamos, te agarraste a los
tirantes en un gesto nada propio de un recién nacido, y saliste con cara seria,
como diciendo :”Adelante, llevadme a casa”…Tenemos fotos de aquél momento, en
el que pasas por un bebé de 3-4 meses, perfectamente.
Pasamos
unos días en casa de los abuelos, en el Pinar. Así pude ir reponiendo fuerzas, porque
nos daban todo hecho. Pudimos centrarnos en ti, y yo fui poquito a poco recuperando el ánimo, que,
como suele ser habitual tras dar a luz, tenía por los suelos: me sobrevino una
especie de angustia no sabía en concreto por qué…Una mezcla del miedo a no
saber hacerlo, molestias hasta que se implantó la lactancia (endurecimiento, grietas,
subida de la leche), desubicación…Poco a poco, el desequilibrio hormonal fue
desapareciendo, y con él, esa pequeña “depresión post- parto”.
Pasé
una larga temporada con tu llanto metido en el cerebro: te escuchaba llorar,
aunque no llorases, a todas horas, y me parecía tan real, que tenía que ir
constantemente a verte, creyendo que te pasaba algo…Nunca me había ocurrido
nada parecido: escuchar un sonido que es sólo producto de tu cabeza, de tu
imaginación, y que te parezca tan real como los ruidos verdaderos. Imagino que
sería algo así como una especie de “esquizofrenia evolutiva” temporal para madres primerizas, para no bajar
la guardia, permanecer en alerta y protegeros.
Con el paso de los días, ese llanto dejó de sonar en mi cabeza…Menos
mal, porque era muy estresante y llegó a preocuparme muy seriamente.
También
recuerdo que los primeros meses estaba tan sobreprotectora que me molestaba
recibir visitas, y que otras personas- a excepción de papá y los más más
allegados- te cogieran en brazos. Por más muestras de cariño que dieran, yo
sentía como que te estaban arrebatando de
mí, era algo irracional. Tampoco me gustaba- muy al principio- darte el pecho
mientras había gente, porque sentía que se entrometían en mi intimidad…Poco a
poco fui soltando lastre, y esa sobreprotección desmesurada se relajó. Pero
ahora, visto desde la distancia, me parecía a una de esas leonas de los
documentales protegiendo a sus crías de los depredadores. Me acuerdo cuando
nuestra primera perra, Lima, tuvo cachorros, y se enfadaba, incluso nos llegó a
dar alguna dentellada- ¡con lo que nos quería!-al acercarnos mientras estaba
amamantando a los pequeños…Así de agresiva andaba yo…Y es que no dejamos de ser
animales…
Has
sido un bebé muy especial: estuviste hasta los 5 meses tomando exclusivamente
el pecho. Daba gusto verte mamar como un ternerillo. Tenías tanta fuerza que a
veces me hacías daño de la presión con la que dabas aquéllos chupetones que hacían
salir varios chorrillos de leche de la teta. Eras tan cuco y tan listo que
succionabas muy fuerte y te ponías debajo del pezón, con la boca abierta, como
si fuera una fuente, a esperar que la leche te cayera a chorro. Cuando me
incorporé a trabajar, por más leche que me saqué- con la poquita que conseguía
con el sacaleches, o a mano- no hubo manera de que te tomaras ningún biberón de
esa leche, ni descongelada, ni sin descongelar… Y hasta hoy, te has resistido
siempre a tomar un biberón. Tampoco te ha gustado la leche de fórmula y la poca
que has bebido ha tenido que ser en papilla de cereales y a regañadientes. A ti
te gustaba la leche de mami, en su envase original, no en un cacharro de
plástico con tetina artificial.
Tuvimos
que empezar con la papilla de frutas, y luego la de cereales, que apenas te
gustaba. Pero seguí dándote el pecho hasta los 7-8 meses, en que poco a poco,
tú mismo dejaste de querer: te ponía al pecho y te apartabas. Parecía como si
te hubiera dejado de gustar, supongo que la introducción de las papillas fue la
causante…El destete fue más fácil de lo que había pensado. Por el gustito con
el que bebías hasta entonces, imaginé que serías uno de esos niños que seguiría mamando con 2 añetes y todos los
dientes ya en la boca. El caso es que lo que en un principio me pareció una
liberación (cuando eras más grandote me hacías bastante daño de los chupetazos
que metías), luego lo he echado mucho de
menos. Gracias a la lactancia pasábamos muchas horas juntos, muy cerquita el
uno del otro, se generó un vínculo perfecto y creo que por eso creciste tanto
en tan poco tiempo, sano y fuerte.
Fuiste
muy espabilado desde el primer día. Tenemos fotos tuyas fijándote con poco más
de un mes en tu imagen en el espejo de un cubo que te regalaron los abuelos y
que te encantaba, y riéndote tú solo con tu sonrisa. Siempre has sido muy
risueño…Y muy expresivo (a quién habrás salido…): el niño de las mil caras.
Nunca has parado quieto: podemos vender en Ebay la hamaquita de los tíos,
porque está como nueva: no quisiste estar más de dos minutos seguidos en el
mismo sitio, y mucho menos reclinado o tumbado…Precisamente con la hamaquita
nos diste el primer susto gordo, porque te tiraste había delante, y te diste un
buen porrazo contra el suelo de la cocina…Y yo me creía que te había pasado
algo grave, y me sentí tan culpable que lloré como una magdalena. Hasta que
vinieron otros tantos chichones y fuimos entendiendo a fuerza de comprobarlo,
que los bebés estáis hechos de otra pasta, muy parecida a la goma elástica. A
ti, desde el primer día ti te ha ido la marcha.
Te
encantaba que los tíos te cogieran para hacerte perrerías, cosquillas, etc. Y
los has tenido loquitos desde el primer día, porque para ambas familias fuiste
el primer nieto y sobrino en llegar. Y eso te hace estar requetemimado.
Apenas
has gateado. A los 9 meses te gustaba que te cogiéramos de los bracitos y dar
pasetes con esas zapatillas sin suela de Mickey que te encantaban. Un mes
después de tu primer cumpleaños, te soltaste y caminaste por primera vez
solito: era 12 de agosto. Un día para recordar…Empezabas a dejar de ser “bebé”.
Cuando
cumpliste el añito, celebramos una fiesta con globos, guirnaldas, y todo lo que
saben que te gusta en el Pinar a la que fueron tus cuatro abuelos, los titos, e
incluso los bisabuelos. Los abus Jose y Sagra, y los titos Bea y Carlos te
dedicaron una bonita canción con coreografía, que está guardada para la
posteridad. Y a mí me hicieron llorar como una boba de la emoción, fue precioso
verlos tan entregados a hacerte pasar el día más felíz. Este año han vuelto a repetir, preparándote
incluso una tarta casera, lástima que
todavía no te pirres como papá y mamá por el chocolate…
Las
primeras navidades también fueron entrañables: aunque tú no eras consciente
todavía de lo que era aquello, ni de los regalos, toda la familia se volcó
contigo, y las vivimos todos con una nueva y especial ilusión. Cuando los
abuelos viajaron a Nueva York, entre otras muchas cosas, te trajeron un disfraz
de Mickey Mouse, tu ratoncito preferido,
y no pudimos esperar a febrero para ponértelo, estabas tan gordete y tan
grandón que casi no te servía en diciembre…
Desde
que echaste a andar, no has parado. Antes de que pusiéramos la mesa grande para
comer todos en la cocina, comías y cenabas tú antes en la trona, y luego
nosotros en la mesa bajita del salón…Bueno, lo de comer es un “decir”…No había
forma de que te entretuvieras ese rato en el parque, reclamabas todo el rato nuestra atención…Y
como se nos ocurriera dejarte “fuera del recinto amurallado”, lo que hubiera en
la mesa terminaba por el suelo: un vaso de agua, el tenedor, un coche flotando
en la sopa…en fín…por no hablar de la imposibilidad de ver la tele…Tus
gruñidos-gritos iban en aumento, proporcionales a nuestra concentración o
interés en lo que estuviéramos tratando de ver. Nos has reclamado siempre para
jugar contigo. Ya sabes que dicen que los nenes, cuanto más listos, más guerra
dan, porque más requieren…
Desde
los 18-20 meses estás aún más para comerte, si cabe. Da gusto jugar contigo, lo
entiendes todo, hablas mucho y nos encanta escuchar tus pequeños razonamientos,
que los tienes. En cuatro días has aprendido todas las marcas de los coches,
sin apenas repetírtelas y te encanta jugar a ir andando por la acera y acertar
la marca de todos los coches que encuentras aparcados.
Además
de los coches (reales y de juguete), y de las piezas de construcción, no hay cosa
que más te apasione que las pelotas: distingues, según tamaño, entre pelota (“
petota”) y balón, y te da igual como sea, eres especialmente habilidoso para
colocártela en la espinilla y chutar como los nenes grandes, de quienes lo
aprendiste en el parque. Te encanta ver vídeos de dibujos y canciones en el
ordenador. En cuanto ves a papi en la silla, ya le estás diciendo “subimos,
subimos”, y levantando los brazos para que te siente encima de él. Tus
favoritos son “El coche nuevo de Mickey” y diferentes versiones de la arañita “Itsy
Bitsy Spider”, la primera canción completa que has aprendido y que cantas
solito desde hace 2 semanas.
Has salido a tu bisabuelo Santiago en el gusto
por callejear, no aguantas encerrado en casa, te encanta jugar en el parque y
salir a la calle…Conforme abres el ojo de la siesta, ya estás pidiendo salir a
la calle (tenemos que echar la llave, porque tú solito te vas a la puerta y la
abres pidiendo salir). Tienes mucha energía y tienes que liberarla haciendo
deporte, moviéndote sin parar. Las abuelas a veces dicen que estás delgadete y
que es porque comes poco. Pero papi y yo sabemos que con lo que desgastas, es
imposible que engordes (ellas quisieran verte tan rechoncho como cuando tomabas
el pecho). Tu padre era así de raspa de pequeño, y tampoco engordaba, por más
dulces que comía.
Tu
cambio y tus progresos a lo largo del curso escolar, en la guardería, han sido
espectaculares. A pesar de lo doloroso de los primeros 15 días, en que llorabas
tanto al quedarte que nos íbamos con la lagrimilla también nosotros, ha
merecido la pena. Ahora nos hablas de tus compañeros por sus nombres, y te
vemos tan contento que muchos días no quieres ni salir cuando te recogemos. Has
aprendido a relajarte tú solito en la colchoneta, a comer con tus cubiertos, a
compartir con los demás niños. Eres más autónomo y sociable. Tus profesoras te
quieren tanto, y nos han ayudado a comprender muchas de tus reacciones, y a
relativizar las cosas…Has aprendido muchas cosas: los colores, las estaciones,
los números, canciones…Ójala en un futuro te acuerdes de ellas, como yo de doña
Hada, mi señorita de preescolar, de la que guardo un recuerdo maravilloso, pero
me parece que eres muy chiquitín para eso.
El
tiempo para muy muy deprisa y me encantaría detenerlo para disfrutar de ti así,
como estás ahora, cada día más guapo. Para algunas cosas tan bebé, y para otras
tan grandón. A papá se le cae la baba con lo bien que construyes con los
bloques, y con esa forma de hablar usando diminutivos para todos (ahora, el
tito Alex, es para ti el tito Alitos, o Alititos). Dice que ahora se entretiene
mucho más contigo que cuando eras un bebé, y es que tiene razón…Es más fácil
jugar contigo, entender tus reacciones, y hacernos entender nosotros. A pesar
de lo trasto que eres, tú y yo sabemos que lo que tienes de guerrero lo tienes
de noble. Eres un angelito.
Gracias
por venir a nuestras vidas, y por hacerlas mucho más felices, a pesar de las
dificultades, y por encima de todo. Que cumplas muchos más (pero despacito).
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